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El Don mafioso y la silla del barbero.

Mientras  los dos postores pugnan por obtenerla, el valor de la silla seguía el vertiginoso patrón —en las subastas públicas, o en el algebra de Baldor, existe una incógnita que al calcularse se obtiene el resultado final; esto es llamado el «factor X». Sin distinguir entre  Christie, Sotheby´s, o postores de tres dígitos, entrever la pugna entre coleccionistas equivale a pronosticar el factor invisible—, cuando la suma sobrepasó los veinte mil, nadie podía imaginar que seguiría aumentando. 

Stefano tenía sangre siciliana; un italoamericano que arribaba a las tres décadas, de porte atlético y piel bronceada en distintos hemisferios; hombre apasionado, adicto a modas pasajeras y a los zapatos hechos a mano: un dandi que atraía las miradas femeninas en los balnearios de Nueva Jersey. Él conduce uno de los negocios de su padre, un «don mafioso» que en el cariz de los negocios ya había coludido con los Sopranos. 

La compañía es una flota de grúas y un taller de respetables dimensiones, que presta asistencia en la carretera que une Nueva York con Cape May . Su negocio crece boyante, lucrando al esquilmar a sus víctimas. Stefano estaba al corriente de los vínculos mafiosos de su padre, pero, mantenido al margen,  por ser el benjamín en una familia católica; pero cuando de coleccionar se trataba, disfrutaba junto a su padre, momentos de amor filial. A raíz de múltiples disputas —y el uso de armas de fuego—el negocio de las grúas había sido regulado para evitar pleitos entre compañías; las grúas mecánicas que prestan servicio público fueron asignadas por cuadrantes geográficos: ahí tenían una zona sin competencia. Tras algún percance, dependiendo de la milla en carretera, solo una compañía podía atender la llamada. 

El viejo auto de John, el joven coleccionista irlandés sufrió un desperfecto y cayó en el territorio asignado a las grúas de Stefano; fue llevado al taller y reparado a la mañana siguiente con prontitud: solo había que cambiar una manguera; un trabajo simple. Cuando el irlandés recibió una cuenta colmada de innecesarios trabajos, se exasperó y decidió no pagar la suma. No pudo sortear más allá de la ventanilla donde una mujer de pelo rojo  hablaba vulgaridades y salpicaba mierda. Se dispuso a esperar afuera, mientras fumaba un cigarrillo y debatía como proceder, vio llegar una grúa remolcando un vehículo, John abordó al propietario, con la mala leche que cargaba, y  despotricó contra la empresa, instando a que buscara otro taller. El tiro le salió por la culata; el cliente estaba relacionado a la familia de Stefano. Mientras John seguía a la espera del dueño  —el único con poder —, ya estaba al tanto de los cobros excesivos y la reputación. Cuando el Boss llegó, se negó a hablar con él y, tras una acalorada discusión, mandó a sus esbirros para expulsar al  irlandés, quien no tuvo otra opción que pagar la deuda, retirar su vehículo y marcharse iracundo por la arbitrariedad. 

John era  único hijo de una viuda irlandesa con amor por su padrastro. Un pecoso, nacido en la costa este, en el seno de una familia dedicada al coleccionismo. El padre putativo había iniciado a John, a sus ocho años, en las subastas públicas y al gustarle la dinámica se dedicó de lleno a coleccionar. Empezó con carros de juguete para continuar con la filatelia, comic books y tarjetas de béisbol. Al terminar el colegio, estudio leyes, presionado por su padre, pero abandonó la carrera convencido de que no era para él. Desde entonces, se embarcó de lleno en el arte de coleccionar, material que iba adquiriendo en las casas de antigüedades, mercados de pulgas o en ferias pueblerinas para, más adelante, hallarlo en las páginas de eBay. 

La silla de barbero, de tapiz rojo , fue fabricada en Chicago tras la Segunda Guerra Mundial; se encontraba en buenas condiciones. En los años cincuenta, al salir al mercado, el valor de las sillas era asequibles para los barberos; ahora, en el nuevo milenio, aquella silla llegaría a alcanzar un inmenso valor, había sido usada en el asesinato de un capo de la mafia. John heredó la silla a la muerte de su padre, al conocer la fascinante historia: un mafioso, reconocido por  locura y crueldad, había sido degollado con una navaja de afeitar; en una lucha de poder, el mafioso, y el barbero, fueron asesinados en Nueva York. La silla poseía un valor histórico para los coleccionistas de objetos de la mafia; el  irlandés había decidido sacar provecho al anunciar el remate. 

El día de la subasta, John reconoció al empresario que tuvo el disgusto de conocer semanas antes; venía inmerso en una comitiva en donde sobresalía su padre: el Don, quien estudiaba el catálogo. Una cábala hizo sospechar al  irlandés que venían por la silla y decidió jugar sus cartas. El plan consistió en usar a Pete, un amigo de la infancia, arruinado por su apego a las apuestas, para que pugnara como postor e inflar así el valor de la silla; el precio base: cinco mil. 

El subastador disfrutaba su labor, el valor se duplicó y, prosiguió una vorágine de números. Al sobrepasar los veintiséis mil solo quedaron dos postores. Pete, estimulado por shots de vodka actuaba su papel, mientras de reojo; recibía el visto bueno de continuar, pero ese movimiento no pasó desapercibido. Al alcanzar la suma de treinta y ocho mil, Pete percibió que el italiano dudaba y decidió concluir su papel de postor. Con esto, el joven coleccionista había cobrado  la afrenta. El Don estaba mortificado; tenía la silla que pensaba exhibir en el museo de la mafia, pero había pagado una suma muy alta. Al sentir intriga por el contrincante, decidió investigarlo. 

Luego de aquella subasta, John cayó en cuenta de que el truco funcionaba; lo había realizado con anterioridad sin resultados, pero, ahora, estaba decidido a explotar. El  irlandés sentía respeto por la ley, pero veía cómo poderosos personajes se libraban de la ley usando  tentáculos legales. John no era una persona disoluta, conocía de leyes, pero decidió explotar el «factor X», algo penado e ilegal, pero difícil de probar. Así, pasó a trabajar con casas de remate, infiltrando gente que hiciera ofertas por él para elevar el valor. El Don ya había destapado la conspiración; le haría pagar la afrenta. 

El Don era amante de la historia, con especial fascinación por antiguos imperios, un hombre que aquilataba momentos en familia y gustaba de la cocina; la pasta boloñesa es un secreto  generacional saboreada por todos. Reunirse con su clan y parentela era motivo de celebración, y dedicar los domingos a su familia lo fortalecía en lo anímico. 

El  día transcurría entre partidos del fútbol americano, luego jugar al bocce ‘bochas’ —un juego de bolas practicado en el imperio romano—, mientras bebían jarras de tintos y vasos de Grappa —producto de la vid y las bayas jugosas—. 

Las apuestas deportivas eran otras de sus ilícitas actividades antes de que el Garden State las legalizara. Tenía un ejército de bookies para aceptar apuestas organizados en pirámide, él los llama  «centuriones romanos». Tony era un carismático italiano y un ex ludópata que alguna vez destacó en las mesas de póker. Él fue expulsado del casino controlado por el Don en Atlantic City por complotar con un croupier para desfalcar el casino; ambos recibieron una tremenda golpiza y les rompieron las piernas. Siguiendo su modelo de negocios, Tony fue reclutado para integrar la red de apuestas y fue ascendiendo hasta llegar a ser un capo. Aunque las apuestas deportivas constituían el grueso del negocio, también apostaban en política, los Premios Nobel, los Oscar, los Grammy o en cualquier tontería  que atrajera apostadores. Durante las encuestas por la candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, se daba por ganadora a Hillary. En las apuestas ilegales, ella también descollaba y pagaba 0.4 %, Donald, el contrincante, pagaba siete a uno. 

Años atrás, había perdido un negocio cuando un agresivo competidor en bienes raíces lo dejó en el camino propinándole un golpe bajo, y se convirtieron en enemigos. Ahora iba decidido a apostar en las elecciones, en contra de Donald; la suma  alcanzó los siete dígitos. La ecuación era simple: ganaría cuatrocientos mil por cada millón. Fue una lastimosa pérdida y el odio hacia los políticos se incrementó. No halló consuelo al recordar que su abuelo participó en la campaña de Fiorello La Guardia, el primer alcalde italiano de Nueva York y uno de los más reconocidos por sus obras. 

Pete tenía deudas de juego, las que se duplicaron cuando, en un arranque desesperado, decidió jugar al todo o nada. La mafia lo tenía agarrado de los testículos y, al no honrar los pagos, le dieron una paliza y dos semanas para reponer el dinero. Al culminar el plazo, el cobrador llegó y al no poder pagar, lo incriminaron en la silla y no le quedó otra opción que reconocer su delito. Lo volvieron a golpear. Podían denunciarlo, pero los mafiosos rehúyen a la ley. Como esta se trataba de una vendetta personal, decidieron ir tras John con las evidencias. 

El Don era un ávido lector de Mario Puzzo y las novelas sobre el crimen organizado, se describía como un hombre de negocios que entendía los beneficios de una red de informantes, en contra de la violencia permitía que su consigliere suprimiera cabos sueltos. Al Capone, nacido en Brooklyn, se volvió rico en Chicago y se convirtió en un jefe de la mafia que explotó el contrabando de alcohol desde Canadá y estableció una red de distribución, durante siete de los trece años que duró la ley seca, usando a la policía. Pasó a ser encarcelado por evasión de impuestos y parte del tiempo fue cumplido en la penitenciaria de Filadelfia. Los muebles usados durante su estadía estaban siendo rematados. El Don decidió ir con la pasión de los coleccionistas 

La bolsa de valores es susceptible a los rumores; cuando un novedoso producto irrumpe en el mercado, ya sea tecnología, ciencia, entretenimiento o una nueva droga contra el cáncer; las acciones tienden a subir. Por el contrario, cuando se produce un falla técnica, un dispositivo defectuoso ocasiona accidentes, una fusión o un negocio  fallido; las acciones caen. Si dispones de mucho dinero, esperas esos precisos momentos para comprar y vender a los pocos días. El Don quería incursionar en Wall Street para resarcirse de las elecciones, pero necesitaba datos confidenciales. Dentro de la información recabada, se percató de la prometedora carrera en un bróker oriental. Él trabajaba de free lance. Le hizo llegar la propuesta de trabajar juntos, pero fue rechazada. Ahora correspondía forzarlo a cooperar en contra de su voluntad. Fue seducido por una bella geisha japonesa y filmado en adulterio. El hombre de familia, enamorado de su esposa, lucía arrepentido, pero no tuvo otro camino que colaborar; chantajeado y forzado a entregar información, se incorporó al staff del Don para sumar como centurión en las ilícitas actividades  

Mientras nevaba  en una fecha cercana a navidad, John recibió la invitación para reunirse en el lugar menos pensado: la compañía de grúas. Después de una acalorada discusión, abrumado por las pruebas, John confesó y aclaró que solo quiso dar a Stefano una dosis de su propia medicina . Después del interrogatorio , John estaba a punto de recibir una proposición de negocios; quedando sorprendido con el resultado de la reunión. 

Ahora, juega en las grandes ligas y su amistad con el Don es conveniente cuando ambos obtienen piezas de colección. Se  incrementaron los montos y la colección se ha diversificado. El museo de la mafia aún no está listo, pero va encaminado. La primera asignación de John fue apoderarse, a como dé lugar, de la memorabila de Al Capone. Aunque falta llenar algunos salones con artículos de la mafia, el Don supervisa su nuevo y lucrativo negocio; y cuando se reúne para revisar la colección, lo hace sentado desde la silla del barbero.

This Post Has 4 Comments

  1. Alfredo

    Inspirador e ilustrativo. La magia de la lectura 📖 se renueva con un estilo clásico y muy audaz al mismo tiempo

    1. José Ugarte

      Me encanta que lo hayas disfrutado !

    2. Jose F Urteaga

      Excelente Promocion, que talento; definitivamente es lo tuyo.

      1. José Ugarte

        Gracias Fernando, voy encaminado pero aún hay mucho que aprender.

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